sábado, 24 de septiembre de 2011

Recordando a Rockdrigo


Rockdrigo, 19 de septiembre, 8.2 grados Richter

Por René González

Si Jim Morrison tuvo -en honor postrero a su comprometida existencia con la poesía- en su tumba de Père-Lachaise en París su ansiado jardín final -cerquita de literatos como Honoré de Balzac, Oscar Wilde o Marcel Proust-; el buen Rockdrigo encontró el 19 de septiembre de 1985 en todas las callejuelas y baldíos de la vieja ciudad de hierro una morada previa a la eternidad. Entre el agua enjabonada del ama de casa triste, el delirio etílico de Gustavo y el devaluado billete del asalariado conectó con el homenaje infinito a su preciada piel urbana.

Muerto en el sismo de 1985, cada escombro, cada trozo de cemento herido, cada edificio destripado, cada barrio resurgido es Rockdrigo. No hay rupestre, guitarrista de palo, poeta de la calle o juglar urbano que no respire y expire las cenizas esparcidas esa mañana de 8.2 grados Richter del músico, poeta y escritor tamaulipeco.

Si los gringos tienen en Bob Dylan al más prolífico e influyente compositor que tradujo para los iconos del rock el bagaje del delta misisipiano, nosotros tenemos al Profeta del Nopal, quien reveló la indomable riqueza contracultural enterrada en el delta de Río Consulado, Río Candelaria de los Patos y Río Mixcoac, asidero de miles de bandas, solistas y rolitas del tren huapango- son-blues- rock.

Nuestro profeta fue sepultado por el huracán de cemento que trastocó el valle de México, pero su influencia cultural trascendió al siglo.

“Hurbanohistorias” (1983) fue el único disco que de manera independiente editó Rockdrigo en vida e incluye el himno “No tengo tiempo (de cambiar mi vida)”. Después de su último viaje Discos Pentagrama rescató gran parte de su obra en los discos: “El profeta del Nopal” (1986), “Aventuras en el DF” (1989) y “No estoy loco” (1992).

Amigos, compañeros o seguidores de Rockdrigo han recuperado otras canciones inéditas, y se han producido también tributos de contemporáneos o nuevas bandas. Se presume que en algún traspatio de la urbe, en el subsuelo para ser más exactos, todavía yacen sumergidas algunas rolas en casetitos perdidos o cintas de cromo inoxidable.

Paradójicamente la mayor parte de la obra de Rockdrigo se conoció masivamente después del 19 de septiembre de 1985, desde esa fatídica fecha se han ido descubriendo y entonando nuevos himnos de banqueta como si hubiera una arqueología para reconstruir los sueños del profeta. Las claves para saber de estos tesoros musicales suelen aparecer en momentos de aridez espiritual chilanga.

La Ciudad tomó a Rockdrigo como un hijo pero desde un principio la vida del músico en la capital no fue cosa fácil. Los edificios lo ahogaban, extrañaba las canciones naturales del mar, los sonidos del Golfo con olor a petróleo crudo.

En sus Notas para la construcción de una biografía,[i] César Güemes relata el paso del cantautor en aquel conocido bar ochentero de la Glorieta de los Insurgentes y como González se salvó de ser asesinado:

“…Y no le faltaba razón al ingeniero. Una noche por poco y acompañas en el triste destino a Víctor Jara. Sólo que tú no por razones políticas, sino exclusivamente por la envidia que provocó tu habilidad y don de gente que en cuatro presentaciones en el barecillo ese de Insurgentes, allá por la glorieta, se ganó el público en su totalidad. Eran tres los que te atacaron. Y el saldo si no fue bueno, al menos no resultó el que ellos esperaban. Habías invitado a Brambila para que viera que ahora sí estabas tocando en un centro nocturno, como le decías al pulguero. Y al final, en la parte de atrás del escenario, que utilizas para dejar el estuche de tu guitarra y cambiarte de camiseta, se te fueron encima tres semimúsicos.

Ni siquiera empezaron con insultos. Llevaban un plan más o menos bien establecido: cortarte las manos.

Pero primero querían ablandarte a golpes. Entonces salió a flote mucho de lo que habías aprendido en tus correrías de barrio bajo, mucho de que lo que sí sirve y en momentos como aquel había que poner en práctica velozmente. No consiguieron, con la afilada navaja que llevaba uno de ellos, más que hacerte un ligerísimo rayón en la palma izquierda. Y quizá habrían completado el trabajo de no ser porque el Brambila, feliz por el concierto, no quiso esperar hasta que salieras sino que se metió al área de camerinos para invitarte un trago de la botella que él solo estaba consumiendo en una de las mesas del lugar. De inmediato le entró la repartición de trancazos. Pero aún así estaban ustedes dos en desventaja numérica. Hasta que uno de ellos, el de la navaja, le tiró un tajo al Brambila y le hizo un bonito corte en la chamarra de aviador que gastaba.

- Hasta aquí, cabrones - oíste que dijo muy firme y muy convencido tu amigo.

Estabas allá, luchando con los otros dos, así que tu percepción del asunto fue muy breve y confusa, pero algo vieron ellos y el otro, el de la navaja junto con el costado izquierdo del Brambila. Y se petrificaron, primero, dos, tres segundos, antes de descongelarse y salir corriendo ante su sorpresa, ante la sonrisa malvada de Brambila que, para el coraje, le daba un trago directo a la botella de ginebra que gustaba tomar, ya desde entonces…”

Rockdrigo no murió en aquel motín de la envidia, el destino le deparaba un certificado de inmortalidad muy a la chilanga.

Las letras de Rockdrigo no fueron sólo para sus canciones, se han ido conociendo algunos poemas y otros escritos, que advierten sus cualidades intelectuales, incluso, como cronista de rock nacional. En un texto recién difundido (Tres entes en el coco) refiere las características esenciales de los primeros 16 años de rocanrolear del Three Souls in my Mind o el Tri:

“El Tri se ha hecho su lugar a base de flete constante, de tocar en todo tipo de lados, hoyos, festivales de rock, radio, tv, giras internacionales, universidades, giras nacionales, teatros, fiestas, etcétera. Y siempre teniendo como tónica sus composiciones originales, composiciones que aunque gustan en diferentes sectores, ya que la variedad de sus rolas los hacen asomarse por todas partes, y en algunas las hace universalizarse de una manera efectiva, llegándole a las cuerdas al personal universitario e intelectual consciente de las mexican folck roots, su mayor aceptación se haya en el grosor del personal, y esto se debe en parte a lo que decíamos atrás (hasta), que sus canciones están empapadas de marginalidad y reflejan las condiciones en que está desarrollada y, por otra parte, su lenguaje directo y sin rebuscamientos de ningún tipo y sus temas idóneos a la realidad inmediata a la que se dirigen, logran una comunicación certera inmediata igualmente.”[iii]

Rockdrigo mantiene a la fecha esa envidiable costumbre -que él mismo describió en el viejo Tri-, de asomarse por todas partes con sus canciones. Omnipresente en el onirismo urbano: rogamos el profeta reaparezca con alguna sátira bluseada entre las alforjas de su caballo eléctrico, que nos quite del camino a aquellos viejos y nuevos hijos de la no historia que entre la desmemoria amenazan con incendiar para siempre nuestro rancho electrónico…