domingo, 27 de marzo de 2011

Vive Latino para todos

Por la calle del desengaño*


Vive Latino para todos


Por René González


Desde 1998 se realiza en la Ciudad de México el Festival Iberoamericano de Cultura Musical, mejor conocido como “el Vive”.


El Vive a lo largo de estos años ha tenido momentos musicales sublimes, con la presentación de las mejores bandas de rock en español, nacionales y extranjeras, en su más significativo mosaico de géneros y ritmos, la irrupción de grupos novedosos, y el regreso espectacular de iconos de antaño. Han desfilado en sus escenarios grupos y solistas de la talla de Ángeles del Infierno, Illia Kuryaki, Aterciopelados, The Wailers, El Tri, Los Fabulosos Cadillacs, Auténticos Decadentes, Café Tacuva, Liranroll, Cartel de Santa, Kinky, Mago de Oz, Molotov, Babasónicos, Charly Montana, Haragán y Compañía, Jarabe de Palo, Los Amantes de Lola, Bersuit, Catupecu Machu, Julieta Venegas, Ely Guerra, Jaime López y su Odio Funky, Banda Bostik, Botellita de Jerez, Antidoping, Rata Blanca, Tex Tex, Save Ferris, The Mars Volta, Tijuana No, Lost Acapulco, Ska-p, Desmond Decker, Skatalites, Brujería, Jaguares, Maldita Vecindad, Víctimas del Dr. Cerebro, por citar algunos.


El Vive pasó de realizarse en una jornada de un día en 1998 a tres días en su doceava edición en este 2011; la logística y acústica han consolidado un festival de calidad internacional, se han ido agregado otros elementos como un tianguis de rock y una carpa para proyectos musicales alternativos, además que contempla diversos escenarios dónde simultáneamente se presentas las bandas, el público puede elegir entre propuestas musicales muy diversas, que a la postre involucran a más de cien grupos y/o solistas tocando durante el festival. Esas son sus virtudes…


Sin embargo, con la “historia de éxito” del Vive Latino, subyace el otro lado de la luna… Durante la época del autoritarismo priísta existió un gran temor a las concentraciones multitudinarias de jóvenes en espacios públicos y abiertos, a sus expresiones culturales, en especial el rock. En 1994 después de una presentación de Caifanes en la explanada de la Delegación Venustiano Carranza, que terminó en una violenta represión, el Regente Oscar Espinosa Villareal prohibió y declaró un peligro los conciertos masivos de rock. En este contexto y en sintonía con el alzamiento zapatista en Chiapas, entre 1994 y el año 2000 los festivales tomaron un giro auténticamente alternativo, y se realizaron grandes conciertos en Ciudad Universitaria, que implicaron solidaridad, comunidad, identidad, y la muestra de que los mismos chavos podían organizar los festivales sin poner en riesgo la seguridad de los asistentes. “La seguridad somos todos”. Los precios de los boletos eran accesibles para todos y se pedía un kilo de arroz o frijol para apoyar a las comunidades indígenas. Eran fiestas de amor, lucha, libertad y fraternidad.


Con el triunfo en 1997 de la izquierda electoral en la Ciudad de México, la ciudadanía y los chavos comenzaron a recuperar los espacios y plazas públicas de la capital, no sólo se acabó la prohibición del rock, sino se alentó la posibilidad de escuchar de manera gratuita en el Zócalo y otras plazas a los más grandes exponentes del género, como Manú Chao, Panteón Rococo, El Tri, Café Tacuba, etc.


No obstante, en los últimos años la situación ha cambiado en la ciudad, si bien se ha superado la época de la represión y el autoritarismo priísta, la política cultural predominante ha priorizado la concesión de espacios públicos a OCESA, y en una lógica privatizadora y monopolizadora, los grandes conciertos sólo son para quien los puede pagar, y es así como el Vive Latino y uno o dos festivales más –que también son patrocinados por grandes empresas- como el “Corona Fest”, son la única opción cultural, a la que la gran mayoría de los jóvenes no puede acudir.



Como señala María Teresa López, autora de Alicia en el espejo, historias del Multiforo Cultural Alicia: “Miles de jóvenes de la ciudad quedan excluidos de la mayor parte de los eventos de rock que se celebran en la ciudad. Conciertos en los que la entrada cuesta 1000 pesos, 700 o 500 pesos, 250 pesos, 200 pesos, siguen siendo un lujo para muchos. Por eso llenan el Zócalo cuando se organizan conciertos gratuitos.”[1]



La Evaluación externa de política hacia los jóvenes en el Distrito Federal publicada por Evalúa DF en marzo de 2011,[2] señala: “El acceso a bienes culturales es una condición indispensable para la configuración de identidades y para el ejercicio de la autonomía, política y cultural, individual y colectiva, en un ambiente de respeto y promoción de la diversidad cultural y generacional. En el caso del Distrito Federal, la desigualdad social y el predominio de la sociedad de consumo imponen limitaciones a las y los jóvenes para disfrutar de dichos bienes y aprovecharles para la construcción de proyectos de futuros, a pesar de la amplitud de la oferta cultural que se registra en la ciudad.”


De acuerdo al interesante estudio, el 50.2% de los jóvenes entre 15 y 24 años acude a conciertos sólo una vez al año o más, y el 37. 4% asiste a bailes una vez al año o más. Uno de cada dos chavos asiste a conciertos sólo una vez al año. Según el Conteo de Población y Vivienda 2005 del INEGI, la población entre 15 y 29 años de edad en el DF, sumaban un total de 2,241,362 personas, el 25.7% del total de la población, y de acuerdo a los datos anteriores en su mayor parte cientos de miles de jóvenes excluidos anualmente del acceso a los grandes eventos culturales.


En el caso del Vive Latino el boleto general para cada uno de los tres días cuesta 531 pesos, sin tomar en cuenta pasajes (a la salida al final del evento si no traes auto forzosamente tienes que regresar en Taxi), alimentos, bebidas y souvenirs, un joven tiene que desembolsar esa cantidad para entrar un día al Vive, claro si no va acompañado o acompañada de su pareja o algún amigo. También hay boletos “VIP” pero obviamente son más caros (1924 pesos cuesta el abono VIP), y “abonos” para los tres días que cuestan 1211 pesos.


Si los cálculos de que asistan 140 mil jóvenes durante los tres días del Vive Latino 2011 se cumplen, y tomando en cuenta los precios de los boletos de la zona “general” que cuestan 531 pesos, sólo por taquilla los organizadores ingresaran a sus arcas aproximadamente 74 millones 340 mil pesos, que significan el 75% del presupuesto anual destinado al Instituto de la Juventud del Distrito Federal. Esta cantidad sin contar las ganancias por la venta de cervezas y otras bebidas, pizzas, “pollo-yos”, tacos y otros alimentos; souvenirs como son playeras conmemorativas, llaveros, sudaderas, gorras, vasos, tazas, y un largo etcétera; y productos musicales como discos, dvd´s, videos y otros.


Estoy consciente que organizar este tipo de eventos implica un gasto en infraestructura, equipo, personal, difusión, honorarios, hospedaje y transporte de grupos, etc., pero es sabido que tan sólo la venta de cerveza supera por mucho los ingresos por taquilla.


No pretendo ser el “Grinch” del Vive Latino, es loable que ha habido continuidad en este festival y se ha construido un mejor evento en cuanto a la calidad, que ha sido vitrina de nuevos grupos y posibilidad de escuchar a las leyendas del rock latino, y claro que no queremos regresar a la época del PRI dónde los conciertos internacionales de calidad eran un sueño, no obstante, me parece lamentable que sólo pueda acudir una minoría al Vive por razones económicas, y que los chavos que escuchan rock cotidianamente en las colonias y barrios de la ciudad no tengan la posibilidad de hacerlo, y más lamentable aún que la política cultural de la actual administración en el DF privilegie el interés privado sin tener una propuesta de recreación y acceso a los bienes culturales para los jóvenes (conciertos, bailes, cine, teatro, nuevas tecnologías, etc.), y no sólo en el caso de los grandes eventos, sino también para los miles de músicos citadinos que no tienen espacios donde tocar.


Según datos del Foro Alicia existen aproximadamente 4000 bandas de rock en la Ciudad, sin espacios suficientes para presentarse, sin incentivos, sin derechos laborales, sin seguridad social. Si un músico de una banda de rock se enferma no tiene acceso a ninguna institución de salud por no tener empleo formal, ni para él ni para su familia.


Una propuesta racional es que las autoridades culturales, o quienes han concesionado los eventos y las plazas públicas a OCESA también apelen por el interés de la mayoría de los jóvenes de la Ciudad. Con un porcentaje ínfimo de las grandes ganancias del Vive Latino, y con la infraestructura de la Secretaría de Cultura, se podría realizar una fecha gratuita del Vive Latino en el Zócalo capitalino, para que los chavos de los barrios también disfruten el reencuentro de Caifanes, la música de grandes grupos como los Bam Bam, o Jane´s Addiction, y algunas de las miles de bandas que no tienen espacios para presentarse.


Esto no es una utopía, ocurrió ya durante los gobiernos de Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador, dónde la gente recuperó las calles, la noche, la alegría de compartir un Zócalo rebosante escuchando músicos de gran nivel nacional e internacional, gratis y con calidad acústica.


Otro horizonte que nos toca a todos, es ponernos las pilas, revertir la domesticación del rock, que florezcan nuevos géneros y movimientos musicales, que recuperemos los grandes festivales en Ciudad Universitaria, el Zócalo o dónde se pueda, como encuentros generacionales, solidarios, de cohesión de la esperanza e identidad de todos los rincones de la ciudad, de contracultura, igualdad y fraternidad entre chavos de diversos estratos. Dónde escuchas una canción interminable, se presume de libertad, te enamoras, te desenamoras y te vuelves a enamorar en una misma tarde de Rock…


* Por la calle del desengaño es el nombre de esta columna semanal que escribo en Facebook. subrana@hotmail.com


[1] Teresa López, María. Alicia en el espejo, historias del Multiforo Cultural Alicia. México, ediciones Alicia, 2010. p. 154